Analizamos
la obra de George Bernard Shaw estrenada en 1923, tres años después de la canonización
de Santa Juana, en versión de Gerardo Fernández, quien realizó la traducción
para la puesta en escena en el Teatro Municipal General San Martín en 1982
El
autor, divide la obra en seis escenas y un epílogo. Deberíamos decir, de acuerdo a la teoría que
manejamos, que son seis cuadros – que involucran varias escenas cada uno – y un
epílogo. Los seis cuadros se desarrollan
en el tiempo presente de la anécdota que da pie a la obra, en un relato de tipo
realista, no carente de opinión por parte del autor acerca de los motivos por
los cuales todos los participantes tienen un particular interés en el hecho
histórico: La participación de La Doncella durante la Guerra de los Cien Años y
su triste final. Sin embargo el Epílogo
la transforma en una obra expresionista, manteniendo el tipo de actuación
realista, al trasladar en el tiempo a todos los personajes, vivos o muertos, primero
unos veinticinco años después de la muerte de Juana y luego al siglo XX en el
contexto de la canonización de la Santa, donde interactúan con un nuevo
personaje.
El
desarrollo de la obra se presenta en diálogos breves, casi sin presencia de
monólogos, los que aparecen en el segundo y sexto cuadro, siendo solo uno de
una extensión considerable, en boca del Inquisidor.
Se
observa en la construcción de las escenas, el uso del dispositivo
Oculto-Manifiesto, los personajes casi siempre se encuentran disociados de la
acción que realizan – respondiendo a la línea de acción manifiesta – respecto
de los objetivos que persiguen, o de los estados anímicos que deben ocultar
para que no se revelen sus verdaderas intenciones.
Se
podría decir que el tema de la obra es la hipocresía
en la sociedad, manifestada en cada uno de los actores sociales que gozan
de una cuota de poder y usan todos sus recursos – legítimos o no – para evitar perderlo. Se refuerza esa idea, cuando a lo largo del
tiempo escuchamos de boca de los personajes que la historia se continúa re-escribiendo
de acuerdo a los intereses de los distintos grupos de poder.
Las
grandes situaciones que contribuyen a construir el relato suceden en
didascalias indirectas, lo que permite disfrutar en cada momento de la
construcción de los personajes y su conflicto individual presente en esa escena,
favoreciendo la comunicación del metamensaje sobre la historia que se cuenta.
El
relato establece la siguiente ruta para contar la anécdota, Cuadro I: Juana consigue
el apoyo para presentarse frente al Delfín y solicitar la gracia de dirigir la
guerra. Cuadro II: Juana se presenta al
Delfín, le cuenta su idea y consigue lo que fue a buscar. Cuadro III: Juana se encuentra con el
Bastardo quien está a cargo de terminar el sitio de Orleans. Acuerdan que juntos lo van a resolver. Cuadro IV: Los ingleses comienzan a
inquietarse por los logros de Juana y sus posibles consecuencias más allá del
triunfo de la guerra, e inician las negociaciones políticas para neutralizarla. Cuadro V: Juana corona al Rey de Francia, es
reconocida por el pueblo, pero queda expuesta a sus enemigos que no tardarán en
caerle encima. Cuadro VI: Juicio de
Inquisición a Juana, y consumación del castigo.
Luego
en el Epílogo, se establece una nueva reflexión sobre todo lo ocurrido y sobre
lo que está ocurriendo ahora a principios del siglo XX.
Las
situaciones empiezan y terminan en cada cuadro cerrando una idea, sin embargo,
existen motivos que se repiten y que van siendo sembrados de manera casi
imperceptible a lo largo de las escenas para ser cosechados más adelante. Así
por ejemplo la réplica de Juana a Baudricourt “Si, pero, ¿qué importa? Todos hablamos francés”, en el primer
cuadro, tiene su desenlace en el cuarto cuadro, en la discusión entre el Conde
de Warwick y el Capellán de Stogumber y más adelante en la escena siguiente con
el Arzobispo de Beauvais:
Juana
es una adolescente del género femenino, que vive en Francia en la Edad Media, donde
la mujer solo desempeña un rol productivo dentro de la familia y no es
considerada todavía ni en el ámbito social, ni religioso y mucho menos en el
político, recordemos que ahí mismo la ley sálica exigía saltar a las
descendientes femeninas en el derecho de la sucesión del trono del país. Ella ha recibido un mandato Divino, por el
cual debe hacerse cargo de tareas de hombres en un mundo masculino, ya que esos
hombres no están a la altura de hacerse cargo de las responsabilidades que les
tocan: Echar a los ingleses de Francia y coronar al Delfín como legítimo
Rey. Reforzando esta idea, en esta obra,
el autor eligió no incorporar otro personaje femenino.
Stogumber
Pero él
es solo un francés, milord
Warwick
¿Un francés? ¿De dónde sacó usted esa expresión? ¿Es que acaso todos
estos borgoñones y picardos y gascones empiezan a llamarse a sí mismos
franceses, del mismo modo como los nuestros empiezan a llamarse ingleses? Incluso hablan de Francia e Inglaterra cono sus
países. ¡Suyos, Dios mío! ¡Qué va a ser de usted y de mí, si esas ideas
se ponen de moda!
Stogumber
¿Por
qué, milord? ¿En qué puede perjudicarnos
a nosotros?
Warwick
Los hombres no pueden servir a dos amos. Si esto de ser fieles a su país hace carne en
ellos,adiós a la autoridad de los señores feudales y adiós a la autoridad de la
Iglesia. Es decir, adiós a usted y a mí.
……………………………………………………………………………
Couchon
Tenemos que considerar no sólo nuestras propias opiniones sino las
opiniones – los prejuicios, si usted quiere – de un tribunal francés.
Warwick
(Corrigiendo.) De un tribunal
católico, monseñor.
Couchon
Los tribunales católicos están compuestos por hombres mortales, como
todos los demás tribunales, por más sacra que sea su función y su
inspiración. Y si esos hombres son
franceses, como se los llama ahora, me temo que el solo hecho de que un
ejército inglés haya sido derrotado por uno francés no los convencerá de que
hay magia o brujería en el asunto.
Conde de Warwick |
Para
esta época de la Edad Media, el mundo conocido, había avanzado en su
reorganización luego de la caída del Imperio Romano. La Iglesia ya detentaba un poder con alcance
en toda Europa y el sistema feudal ya había dado cabida a la creación de los
burgos. Sin embargo la división política del continente mutaba sus límites de
acuerdo a la familia que detentara los títulos nobiliarios de las
jurisdicciones que abarcaban sus propiedades.
En
este marco, la Guerra de los Cien Años, es una guerra por la sucesión del trono
de Francia, pero también porque grandes regiones que se organizaban
históricamente alrededor de dicho Rey que tenía derecho a cobrarles impuestos a
sus vasallos, habían quedado en manos del Rey de Inglaterra que no estaba
dispuesto a pagar un tributo como señor feudal de Francia por dichas
posesiones.
Por
su parte la Iglesia, ejercía la inquisición, como forma de unificar y dirigir
transversalmente a la sociedad en crecimiento.
Si
Dios se manifiesta directamente a las personas, la Iglesia pierde el monopolio
de Dios. Sin
embargo Juana sigue lo que sus voces le indican, la de Santa Margarita y Santa
Catalina. Corona
a un Rey, que era un acto reservado únicamente al Papa o a sus delegados y pretende
que el vasallaje se organice en relación a la nacionalidad, Francia para los
franceses, Inglaterra para los ingleses, respondiendo de esa manera al rey y no
al señor feudal, quitando valor a los poseedores de los títulos de Duque,
Conde, etc. Joven e ingenua, no se da
cuenta de la revolución que encabeza.
Juana
representa la fuerza del cambio, de la paz y el bienestar de los franceses
después de décadas de guerra. Ese cambio
es la estabilidad que se conseguirá a partir de legitimar a un rey en su
territorio. Territorio que no debe fragmentarse.
En
el lado opuesto encontramos a dos fuerzas, a la Política que no quiere perder los
beneficios que el concepto de soberanía vigente, le ha ofrecido hasta ese
momento, y por otro lado a la Iglesia
que necesita impedir que devalúen su influencia. Pero el autor refuerza la oposición hacia el
final del segundo acto, al colocar como tercera fuerza a los beneficiados por
Juana, que ya no la necesitan. De esta
manera La Doncella queda abandonada a su suerte durante el tercer acto.
El
primer acto termina en el cuadro IV, donde si bien no se han presentado a todos
los personajes, si se presentaron todas las fuerzas que se encuentran en juego,
y queda planteado el destino de Juana.
En el segundo acto, que se corresponde con el cuadro V, queda claro que
la Doncella ha conseguido concretar lo que originalmente las voces le pedían,
solo falta un paso más, que constituirá la trampa. El tercer acto se corresponde con el cuadro
VI y concluyen con la muerte de la muchacha de Lorena en la hoguera. La obra podía haber terminado acá, y
tendríamos con esto, muchas cosas para reflexionar, pero sin embargo el autor
lo lleva más allá y propone un espejo con la realidad del momento en que se ha
escrito la obra: La hipocresía del poder.
Hoy cien años después, esa reflexión
continua vigente.
La
obra comienza una mañana de primavera de 1429, en el castillo de Vaucouleurs, a
orillas del rio Meuse. Roberto de Baudricourt,
Capitán de la Guardia Real, se queja de la carestía de alimentos, su mayordomo le
responde que es voluntad de Dios y que hasta que no atienda a la Doncella está
seguro que el problema continuará. De
esa manera se presenta a Juana. Así tomamos
conocimiento que ella está apostada ahí desde hace un tiempo, lo que anticipa
su vehemencia y que el primer milagro está a punto de manifestarse en cuanto,
el Capitán le conceda lo que viene a pedir.
Las posibilidades del maleficio y
del milagro no están en poder de Juana sino en las Santas que la guían. Baudricourt no tiene fe en ella, pero
entiende que su decisión no es definitiva y que no pierde nada – es más se la
saca de encima – enviándola a palacio para que el Delfín se haga cargo de la
situación. Al finalizar la escena, las
gallinas ponen huevos y las vacas dan leche.
Durante
la primera escena del segundo cuadro, encontramos al Duque de la Tremouille –
general de las fuerzas de Francia – y al Arzobispo de Reims que esperan al
Delfín, probablemente para intentar cobrarle la deuda que mantiene con
ellos. Son los representantes de dos, de
las tres fuerzas opositoras. Antes de la
presentación del Delfín en el recinto dos personajes que vienen del frente de
batalla anticipan otro milagro alrededor de Juana sucedido entre las tropas y comentan
que ella viene para lograr una audiencia con Carlos. Con la anuencia del futuro rey, se proponen
engañarla y presentarle a otra persona en su lugar, para los presentes esta
acción que la obliga a un reconocimiento del rey, determinará si ella está a la altura de lo que
viene a pedir. De nuevo a solas con el
Duque, el Arzobispo pone de manifiesto la superioridad de los dirigentes de la
Iglesia frente a la percepción de los milagros, describiendo como sucederá la
escena y como se sorprenderán los ignorantes con el hecho, cuando finalmente
Juana descubra al verdadero Carlos. Todo
sucede como lo predijo el obispo. De esta manera el mismo autor pone en duda si
los milagros existen o no, tal como en la vida será el espectador quien decida
creer o no. En el cuadro queda clara la
insignificancia del heredero al trono francés frente a sus pares de la nobleza y frente a la
Iglesia.
En
el cuadro tercero, Juana llega a las puertas de Orleans. Se produce a sus espaldas otro milagro, el
viento, que durante días soplo en una sola dirección impidiendo el traslado de
las tropas, finalmente se pone a favor de los franceses.
La
suma de las casualidades que suceden alrededor de Juana y que allanan su
camino, para que encarne lo que le piden las voces de las Santas, ponen en
evidencia del espectador el mandato sobrenatural que ha recibido (o no) La
Joven de Lorena.
Es
en el cuarto cuadro, donde se presenta y completan los antagonistas a La
Doncella. Por un lado en la primera
escena vemos al Conde de Warwick y al Capellán Juan de Stogumber jugando al ajedrez mientras especulan sobre la religión,
el nacionalismo y la vida. No se ponen
de acuerdo sobre la urgencia de actuar.
Quedan establecidas las diferencias sociales y los intereses que los
mueven aunque los dos están en contra de los franceses. Están esperando al Arzobispo de Beauvais,
para discutir el caso de Juana de Arco.
Con el arribo de Monseñor de Couchon, comienzan a plantearse ahora las
diferencias entre lo religioso y lo secular.
Se rescata que la Iglesia va a agotar todos los recursos para la
salvación del alma de La Doncella, en caso de que realmente haya incurrido en
herejía, lo que es prácticamente un hecho.
En
el cuadro quinto, luego de ser coronado, el Rey está ansioso porque Juana
vuelva a Lorena, mientras que ella quiere terminar de echar a los ingleses. Sus
amigos le explican que no la socorrerán en caso de que las fuerzas enemigas la
tomen cautiva y que ya han puesto precio a su captura. Juana anticipa que las voces le dijeron que
solo viviría un año luego de iniciar su camino.
En
el sexto cuadro se realiza el juicio – Juana ha sido capturada y vendida en la
elipsis, tal como se le advertía en el cuadro anterior – cada una de las
fuerzas se expresa en todo su esplendor, los fanáticos “le comprueban” una infinidad
de cargos, y pretenden que se trate hasta el más pequeño en el que pudo haber
participado; los políticos quieren asegurarse de comprobarle la herejía, pero
desean colaborar para salvar su alma y los seculares la quieren muerta de
cualquier manera, mientras Juana se mantiene racional frente a cada uno de los
discursos.
La
catarsis se produce cuando la convencen de firmar una declaración por la que
acepta haber sido hereje, de esa manera salvará su vida. Es luego de haber firmado el documento que se
entera que ahora pasará el resto de su vida en una mazmorra sin ver la luz del
cielo. Rompe el documento, por lo que la
arrastran hasta la hoguera.
El
cuadro no termina y las escenas se continúan.
Nos enteramos que Juana se preocupó por el Verdugo en medio del fuego,
que un soldado inglés le permitió ver la cruz de Cristo hasta su muerte, que su
corazón no ardió… Que el Capellán
Stogumber, que era quien más insistía en que la quemaran, nunca había visto
como se consumaba ese castigo y que su arrepentimiento fue infinito, que el
Inquisidor la creyó más ignorante que hereje, pero que no podía explicarlo ante
la multitud, por lo que no podía hacer nada por La Doncella que no lesionara a
la Iglesia, etc.
En
el Epílogo, Juana visita al Rey veinticinco años después, cada uno de los
personajes que pusieron palos en la rueda, se acercan a pedir disculpas. Le cuentan cómo fue su vida después de su
muerte. Que dieron vuelta el fallo del
jurado y que excomulgaron a quienes la acusaron, que no estaba bien que el Rey
de Francia hubiera sido coronado por una hereje. Etc.
De
repente se trasladan al siglo XX, y Juana es convertida en Santa, así la
historia se sigue reescribiendo.
Descripción de los personajes
Juana de Arco, es una joven campesina
de 16 años, ingenua, alegre y optimista, con una ferviente fe que la hace
acreedora de un mandato, que debe cumplir.
Su escaso roce social la expone a participar y dar respuestas
inadecuadas para su bienestar físico, aunque no carentes de sentido común. Su claro razonamiento y su falta de
experiencia la impulsan a un entusiasmo que se transforma en temeridad y
valentía y se contagia a sus camaradas de armas.
Roberto de Baudricourt, jefe de la
plaza, militar físicamente enérgico pero sin voluntad propia, esconde ese
defecto. Trata con brutalidad a sus subalternos. Es arrogante y abúlico.
Asistente de Baudricourt, un hombre del
que no se podría especular su edad, podría tener 18 como 55 años, es flaco, sin
pelo, con aspecto de gusano pisoteado.
No se podría marchitar porque nunca floreció.
Beltràn de Poulengey, caballero y
soldado linfático, de 36 años. Distraído
y soñador, nunca habla si no le dirigen la palabra, y si lo hace es despacioso
y obstinado.
Arzobispo de Reims, prelado bien
alimentado de 60 años, sin nada de eclesiástico salvo su apariencia imponente.
Duque de la Tremouille, hombre muy
arrogante, parecido a una bota de vino
Gilles de Rais, joven de 25 años,
elegante y seguro de si mismo, tiene – en una corte donde todos estaban
afeitados – una barba enrulada teñìda de azul.
Si bien quiere ser agradable no es naturalmente simpático.
Capitán La Hire. Un perro de guerra sin
un asomo de maneras cortesanas y si muchas militares.
El Delfín luego Carlos VII, de 26 años
su aspecto es muy enclenque y tiene la expresión de un perrito acostumbrado a
que lo maltraten, sin embargo es irreprimible e incorregible. No es vulgar ni estúpido y su humor es muy
sarcástico.
Juan Dunois, el Bastardo. Es un hombre
de buena presencia, su rostro muestra las marcas del servicio activo y de la
responsabilidad, pero también la expresión de buenos sentimientos y capacidad
en el trabajo, sin afectaciones e ilusiones tontas.
Conde de Warwick, 46 años
Capellán Juan de Stogumber, 50 años
Obispo de Beauvais, Monseñor Cauchon,
60 años
Inquisidor Juan Lemaitre, es un hombre
suave, bastante viejo ya, pero con evidentes reservas de autoridad y firmeza.
Canonigo Juan D´Estivet, es bastante
joven, de buenas maneras y bastante astuto.
Canónigo De Courcelles, sacerdote de
unos treinta años,
Fraile Ladvenu, joven fraile dominico
de ascéticas pero hermosas facciones
Verdugo, hombre robusto
Caballero del Siglo XX, tiene aspecto
de empleado administrativo, viste frac y sombrero de copa a la moda de 1920
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