En el día en que se celebra al
Teatro Latinoamericano, compartimos un mensaje escrito por Marco Antonio de la
Parra, enviado desde el CELCIT.
Mensaje 2022, por
Marco Antonio de la Parra
TEATRO DE CORDILLERAS
Hacer teatro ya es en sí la
lucha contra lo efímero, lo casual convertido a veces en causal, la epifanía
del encuentro entre la escena y el público.
En nuestro continente
cultural, con esta lengua que se trastoca cada tres cuadras al borde del
dialecto y un paisaje tan diverso, los personajes son múltiples y las
situaciones ancestrales. Más cercanos a la leyenda que al realismo, nuestro
teatro lucha denodadamente por tener identidad sólida sin percatarse que su
consistencia vaporosa está lleno de gestos definitivos y fundacionales que van
cambiando según recorramos el mapa.
El teatro latinoamericano es
una nave de los locos. Porfiados, tenaces, escarbando debajo de la tierra,
intentando ver bajo el agua, atravesar la niebla y la lluvia que o no cesa o
nos convierte en un desierto por su ausencia. En ese teatro nos vemos
embarcados, locos de amor, de pasión, de dolor, de justicia.
Nuestro teatro nos elige un
día de muchachos. Un espectáculo callejero, una estupenda producción europea,
la función de una gira en un internado, nos ilumina y nos captura. Quiero hacer
eso. Y hemos entrado en el teatro latinoamericano. Espectadores, teatristas,
todos en masa, en distintos lugares de este fragmento del globo, tomando los
textos, abriéndonos las cabezas para multiplicar las imágenes, rescatando de
nuestros pulmones el aire de nuestras canciones, consolidando la memoria del
pueblo, de nuestros pueblos, una memoria que a veces no dice lo mismo en un
puerto que en otro. Quizás hay demasiadas montañas que cruzar para llegar a
cualquier parte.
Por eso nos gustan y nos
gustaban los festivales que traían el mundo a nuestro territorio y aprendíamos
a montar y escribir a lo polaco, a lo francés, a lo húngaro, a lo ruso, a lo
alemán, a lo inglés, claro y todo lo que tocábamos se convertía en teatro
latinoamericano.
Después hemos leído, hemos
tenido pesadillas, hemos levantado escenarios en el barrio como si fuera en
Londres, buscando una y otra vez la verdad que nos completa a ver si esta vez
atinamos en la historia y salimos del zozobrar del sueño americano y del
lamento latino.
Desde la más íntima pieza del
que leyó a Strindberg en un café del Abasto a la épica redactada en las calles
de Cali, todo suena a nuestro aunque las preciosas diferencias multipliquen
este concierto de lo extraño que es este teatro siempre mutante.
He enseñado o he actuado en
casi todo nuestro territorio. Los mexicanos estaban cargados de imágenes
plásticas con la influencia de sus muralistas y de cierta solemnidad azteca
para defenderse del Río Grande, los venezolanos jugaban con el lenguaje y las
narraciones interminables y siempre había sorpresas y un sentido del humor
fenomenal, en Colombia se cruzaban los relatos coloniales con la postmodernidad
a lo Koltés con fondo de metralletas y un muchacho del Amazonas proponía una
suerte de Génesis fluvial convocando lo que hoy llamamos crisis ambiental y
para él era el abandono de los dioses, en Brasil el cuerpo cobraba una
dimensión impresionante y el verbo era canción hasta las últimas consecuencias convirtiendo
la escritura en partitura, en Buenos Aires Lacan, Deleuze y sus amigos solían
aparecer en escena y cada autor era una biblioteca incluso con citas
metateatrales, en Puerto Rico el melodrama no afloja y el Caribe se hace
sentir, en mi patria duele la historia reciente y la poesía se toma las frases
hasta hacer necesario una urgente poda de metáforas, en Montevideo el humor y
la melancolía, la lectura de Felisberto y Onetti cargando las piezas con una
imaginación desbordante en algunos.
Cada ciudad, cada taller, cada
función era un acto de supervivencia. Llevar las obras, cuando se podía
llevarlas al hombro sin virus, permitía saber con qué línea reirían, con cual
saldría un aplauso, con cual el silencio sería emocionante o tal vez
preocupante.
Actuar es descubrir el
continente. Es un acto colonizador y también la exposición a ser colonizado, a
redescubrir la puesta en Asunción, Lima o Guayaquil.
Intentar enseñar a escribir la
transformación del maestro en pupilo, descubrir que nunca sabemos lo que
enseñamos, que tenemos primero que aprender de la ciudad, el barrio, la selva o
el centro comercial donde estamos.
Volver a casa cargados de esta
nacionalidad múltiple y traviesa. No es lo mismo Sao Paulo que Río, ni Taxco
que el D.F. ni Santiago y Valparaíso. Ahí vamos con nuestra memoria cargada de
videos y escritos, libros y recuerdos. Ahí venimos.
La peste nos arrojó contra las
pantallas pero la más mínima presencia se nos antoja carnaval. A la calle, que
de ella nunca salimos. A la cordillera de la palabras que la cruzaremos cuantas
veces sea necesario para saber quiénes somos. O sea, infinitas.
Sobre Marco Antonio de la Parra,
nacio en Santiago de Chile el 23 de enero de 1952, es Médico Cirujano especializado en Psiquiatría para adultos. Su relación con el teatro arrancó en la Universidad de Chile donde alternaba sus estudios de grado con la dramaturgia y la dirección de actores y del teatro de la Facultad de Medicina. Tambien ha actuado en varias de sus obras.
Obtuvo una mención en un concurso de Dramaturgia, organizado por al Universidad de Chile en 1975 con “Matatangos, disparen contra el Zorzal” que se estrenaría recién tres años después y en 1978 la Universidad Católica censuró su “Lo crudo, lo cocido, lo podrido”.
En los ochenta fue director
artístico del Proyecto Transatlántico, que promovía la investigación escénica y
extensión docente de intercambio teatral entre Chile y España. Y como consecuencia a principios de los
noventa fue nombrado agregado cultural en la embajada chilena en España. A su regreso a Chile se dedicó a la crítica de
espectáculos, sin abandonar la docencia ni la creación teatral y literaria.
En 1997 fue elegido miembro de
número de la Academia Chilena de Bellas Artes, donde ocupa el sillón Nº22. Sus obras han sido traducidas a diversos
idiomas.
Lleva escritas más de ochenta
obras y ha recibido una infinidad de premios.
Actualmente dirige en la
Universidad Finis Terrae la Escuela de Literatura de la Facultad de
Comunicaciones y Humanidades y su Escuela de Teatro y la dirección artística
del mismo, como también la Cátedra Siglo XXI, que propone reflexionar sobre las
grandes tendencias que están imponiéndose en el mundo en el campo de la
cultura, la ciencia y las disciplinas sociales.
Sobre el CELCIT
El Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral, nace en 1975 en Caracas, Venezuela. Una de las primeras iniciativas de esta naciente institución fue la de impulsar la creación de filiales y delegaciones en los distintos países de América Latina, España y Portugal. En Argentina, inicia sus actividades muy poco tiempo después.
El primer Presidente fue
Francisco Javier, quien le dio sus bases legales y jurídicas. A partir de 2001
le sucedió Juan Carlos Gené hasta su fallecimiento en 2012. Desde ese momento,
Carlos Ianni ejerce la presidencia siendo, además, su Director desde 1988.
El CELCIT ha sido distinguido
con más de 40 premios otorgados por distintas instituciones y sus actividades
han sido declaradas de interés cultural por la Secretaría de Cultura de la
Nación y la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Su sede actual está ubicada en
pleno centro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a 200 metros de la
histórica Plaza de Mayo.
Más información en https://www.celcit.org.ar/
Fuentes
Wikipedia Marco Antonio de la Parra
Recuperado el 02 de octubre de 2022