Eugene Gladstone O´Neill, fue
un dramaturgo norteamericano participante del movimiento Realista Americano
y precursor del Expresionismo en los
Estados Unidos.
Nacio en New York, el 16 de
octubre de 1888 y falleció en Boston el 27 de noviembre de 1953.
Hijo de un actor irlandés:
James O´Neill que migró a USA en busca de su destino, fue famoso por
interpretar al Conde de Montecristo durante cuarenta años, realizando giras por
todo el país, lo que le permitió sostener a toda su familia y armarse de una
jubilación nada despreciable. Por su
parte, su madre provenía de una familia rica, pero quedó huérfana muy joven, y la
temprana muerte de su segundo hijo a los dos años de edad a causa del
sarampión, la hizo adicta a la morfina, lo que redundó en una infancia difícil
para Eugene.
Por la profesión de su padre,
sus primeros años pasaron entre escenarios, hoteles y trenes debido a las
giras, no obstante pasar sus veranos en la finca que poseían en Connecticut. Pero a los siete años fue internado en un
colegio católico, donde comenzó su pasión por la lectura como un modo de
escaparse de su soledad.
Aplazado en la Universidad de
Princeton, intentó encontrar otra vocación, probando con varios empleos, todos muy dispares entre sí:
una empresa de venta por correo, como empleado en la compañía de teatro de su
padre, en un grupo que se dedicaba a buscar oro, que lo llevo a Honduras – aquí
inició una relación con gente del arte y quizás comenzó a escribir – de regreso
tuvo un noviazgo con una chica de la alta sociedad, que quedó embarazada, se
casó en secreto, incluso contra el consejo de su padre, y a continuación tomo un trabajo de marinero,
que lo llevo a Buenos Aires, donde viviría nueve meses.
En nuestra ciudad, no la pasó
bien. La elección del destino provino
del azar, era el barco que más velozmente zarparía del puerto, poniendo
distancia con lo que acababa de hacer, no se sentía capaz de enfrentar su
reciente matrimonio, de hecho a ese hijo lo acepto recién nueve años después. Consiguió trabajo en compañías norteamericanas
radicadas en el país, pero ni las tareas, ni el salario, lo hacían sentir
mejor, solo la vida nocturna porteña lo retuvo un tiempo más. En esta época no se dedicó a escribir ni hizo
relaciones con gente del arte, como si lo había hecho en Honduras, pero sus experiencias
en la Argentina se reflejarían más tarde en varias de sus obras. Sufrió una depresión que lo llevó a la bebida,
las adicciones ya estaban presentes y generalizadas en su familia. Y llegó a vivir en la marginalidad y a
participar del plan del robo a un banco, del que luego desistió.
Regresó a su país y rápidamente
se mezcló con los artistas y bohemios del Greenwich Village, entre sus amigos
más radicales estaba John Reed, el fundador del Partido Comunista de los
Estados Unidos. Con la esposa de este,
la escritora Louise Bryant mantuvo una relación amorosa, que fuera retratada en
la película Reds de Warren Beatty, en donde Jack Nicholson, quien lo encarna,
construye a su personaje como un hombre serio y anticomunista, lo opuesto de
Reed.
Para esa época una compañía de
teatro aficionado “Provincetown Players” le estrena varias obras suyas en un
acto. En 1914 publica “Sed”, y estudia
dramática en Harvard.
Luego de curarse de tuberculosis,
deja su trabajo en el New London Telegraph de Connecticut y se decide a vivir
del teatro. Entre 1920 y 1923 fallecen
sus padres y su hermano. Pero también se
estrena en Broadway su primer obra importante “Más allá del Horizonte” que le
valió su primer Pulitzer. Luego vendrían
tres más, el último póstumo.
En 1929 se traslado a vivir a
Europa y en 1937, un año después de ganar el Premio Nobel de Literatura, se
mudó a California donde vivió hasta 1944.
Su casa la “Tao House” es hoy el Museo Eugene O´Neill National Historic
Site.
Se casó varias veces, primero
con Kathleen Jenkins, con quien tuvo a Eugene Jr. – un experto en letras de la
Universidad de Yale, que víctima del alcoholismo se suicidó en 1950, a los
cuarenta años. Luego con Agnes Boulton,
con quien tuvo a Oona y Shane. Oona se
casó a los diecisiete años, sin el consentimiento de su padre, lo que produjo
una ruptura definitiva de la relación, con Charles Chaplin que tenía cincuenta
y cuatro, y con quien tuvo a la actriz Geraldine Chaplin. Y Shane, se hizo adicto a la heroína y también
se suicidó. Su último matrimonio, con
Carlotta Monterey que lo acompañó hasta su muerte, a pesar de sufrir la pareja
varias separaciones.
Afectado por el parkinson, sus
últimos años complicaron sus posibilidades de escribir, aunque intentó plasmar
sus ideas dictándolas, no se sintió cómodo con el método y desistió.
Así y todo su obra es muy
basta, autobiográfica y ecléctica.
Obras
Sed y otras obras en un acto,
1914
Antes del desayuno (Before
Breakfast) 1916
Rumbo al Este hacia Cardiff
(Bound East for Cardiff), 1916
Aceite (obra en un acto)
(Ile), 1917
Luna de los caribes, 1918
El emperador Jones (The
Emperor Jones), 1920
Más allá del horizonte (Beyond
the Horizon), 1920 – Premio Pulitzer
Anna Christie, 1921 – Premio Pulitzer
El mono peludo (The Hairy Ape),
1922
Distinto, 1922
The Fountain, 1923
Todos los hijos de Dios tienen
alas, 1924
Deseo bajo los olmos (Desire
Under the Elms), 1924
Lázaro reía (Lazarus Laughed),
1926
El gran dios Brown (The Great
God Brown), 1926
Extraño interludio (Strange
Interlude), 1927 – Premio Pulitzer
Marco Millions 1928
Dinamo (Dynamo), 1929
A Electra le sienta bien el
luto (Mourning Becomes Electra), 1931
Tierras vírgenes (Ah,
Wilderness!), 1932
Días sin fin (Days Without
End), 1934
Llega el hombre de hielo (The
Iceman Cometh), escrita en 1939, estreno en 1946
Largo viaje hacia la noche
(Long Day's Journey Into Night), escrita en 1941, estreno en 1956 – Premio Pulitzer post mortem
Una luna para el bastardo (A
Moon for the Misbegotten), 1943
Tal día como hoy (A Touch of
the Poet), escrita en 1942, estreno en 1958
Más mansiones majestuosas
(More Stately Mansions), segundo borrador encontrado entre los papeles de
O'Neill, estreno en 1967
The Calms of Capricorn,
publicado en 1983
Fuente
Compartimos a continuación un artículo publicado el 5 de agosto de 2001
en el periódico Página 12 por Andrew Graham-Yooll sobre la estancia del autor
en Buenos Aries.
Un 10 de agosto de hace noventa y
un años, llegó a Buenos Aires Eugene O’Neill, por entonces un ignoto marinero,
en fuga de su padre actor y de una dama embarazada con quien se había casado
momentos antes de embarcar. Durante sus nueve meses en suelo argentino, el
futuro Premio Nobel sería despedido de la Swift, la Westinghouse y la Singer,
planearía un asalto que a último momento se arrepentiría de encabezar y,
cansado de dormir bajo una chapa en las dársenas del Dock, volvería a Nueva
York borracho y tuberculoso, para sentarse a escribir las obras teatrales que
lo inmortalizarían. Ésta es la historia de esos funambulescos nueve meses.
Según el cuaderno de bitácora del capitán Gustav Waage, el velero
Charles Racine ancló en la rada de Buenos Aires el 4 de agosto de 1910. En su
sección marítima del sábado 6 de agosto, el Buenos Aires Herald confirma el
arribo: “Bergantín noruego Charles Racine, 1526 toneladas, de Boston, con carga
de madera. Agencia Christophersen Hermanos”. El miércoles 10, el mismo diario
anunciaba el amarre en el Riachuelo, para descarga. A bordo, como tripulante de
cubierta, viajaba Eugene Gladstone O’Neill (1888-1953), futuro dramaturgo y
ganador del Premio Nobel en 1937. Ese primer viaje como marinero no sólo le
dejó a O’Neill una apetencia por el mar que lo llevaría a coleccionar el resto
de su vida modelos de veleros, estadísticas y anécdotas marítimas (a tal punto que
en 1946 le diría a un entrevistador: “Lo más hermoso que se ha construido en
los Estados Unidos fueron los veleros Clipper”) sino también un material tan
sórdido como valioso para sus obras teatrales.
El velero había partido el 6 de junio de Boston, envuelto en una densa
niebla. Según Waage, el viaje duró 57 días (O’Neill anotaría en su diario que
la experiencia duró 65 días, incluyendo los días de embarcado antes de partir y
la demora en la rada antes de entrar a La Boca). Era el segundo viaje de
O’Neill en diez meses. El primero había sido a Honduras, donde estallaría una
revuelta contra el gobierno cuando ya estaba llegando a Buenos Aires. Ambas
partidas habían sido en fuga de Kathleen Jenkins, una muchacha de la clase
media alta cuya casta dictaba que había que llegar virgen al matrimonio.
Kathleen estaba embarazada de dos meses cuando ocurrió el casamiento con
O’Neill, en Nueva Jersey, el 2 de octubre de 1909, a espaldas de los padres de
ambos y dos semanas antes de que el futuro dramaturgo cumpliera veintiún años
(aunque declaró tener veintidós en el acta matrimonial).
James O’Neill, un actor oriundo de Kilkenny, Irlanda, respetado en los
escenarios de Estados Unidos por su legendaria adaptación teatral de El conde
de Montecristo (que estuvo ininterrumpidamente en escena durante treinta años,
dando a la familia una desahogada posición económica), había recomendado a su
hijo la primera fuga a Centroamérica. El actor era apoyo económico de sus dos hijos,
y a la vez guía autoritario a quien siempre recurrían. Si bien el joven O’Neill
le confesó el embarazo de Kathleen a su padre, antes de partir a Honduras,
prefirió ocultarle el casamiento. De hecho, sólo aceptaría conocer a Eugene
junior más de diez años después, aun cuando la noticia de su paternidad fue
revelada en esos días por un periodista de la farándula, cuando el aspirante a
marino estaba en Nueva York, de regreso de Honduras, escondido de las iras de
su padre y de su esposa parturienta. Confundido por el revuelo, y aunque para
esas fechas ya había intentado sus primeras incursiones literarias, O’Neill se
fugó nuevamente del entorno familiar. A bordo del Charles Racine –uno de los
últimos veleros que intentaban competir con los vapores–, O’Neill se dedicó a
las lecturas marítimas de Joseph Conrad y John Masefield, y elaboró sus
primeros poemas inspirados en la vida marítima. El mar y aquella residencia en
Buenos Aires que le daría un sinfín de situaciones y personajes definieron en
gran medida el viraje del joven O’Neill al universo teatral. Basta citar, por
ejemplo, el monólogo del más bien autobiográfico Edmund Tyrone en Viaje de un
largo día hacia la noche (1940), obra inspirada en un verano en familia en
1912, recordando vívidamente el ritmo del mar y el vaivén del velero
acompañando los vaivenes de su atormentado interior. De Buenos Aires también
saldrían varias de las escenas sobre borracheras y abstinencias en otra de sus
obras capitales, El hombre de hielo llega (1939). Pero ese O’Neill aún estaba
lejos de ser el fabuloso renovador de quien Tennessee Williams diría que “parió
el teatro norteamericano y murió por él”.
La única razón de poner proa a Buenos Aires fue por ser el destino
final del Charles Racine: no hubo nada significativo en la elección de
BuenosAires. Según lo consignado en una excelente biografía, publicada en 1962
y actualizada el año pasado, de Arthur Gelb (ex crítico de teatro del New York
Times) y Barbara Gelb (O’Neill: Life with Monte Cristo, Applause, New York,
2000, 760 páginas), “la emoción de vivir” que había experimentado en alta mar
no podía continuar en tierra. En Buenos Aires, sin embargo, el joven no se
contactó con el mundo de los jóvenes poetas, como en Honduras, sino que se
sumergió en el ambiente funambulesco de las recovas del Bajo y agotó
rápidamente los sesenta dólares que le había regalado su padre antes de zarpar,
única reserva para solventar aquella estadía en el Río de la Plata. Más tarde,
O’Neill diría: “Entré en Buenos Aires como un caballero, y terminé como una
piltrafa en las dársenas del puerto”.
Luego de alojarse en el Hotel Continental (no el de Diagonal Norte, que
se fundó en 1929, sino uno cerca de Plaza Constitución), buscó la calidez de un
bar de marineros en el Paseo Colón. Su objetivo era buscar empleo en tierra,
pasar unos meses en la ciudad, y luego “recuperar la libertad en alta mar”.
Durante el viaje a Buenos Aires, alguien le dijo que había una numerosa
comunidad norteamericana que fácilmente le daría trabajo en tierra, cosa que él
sospechaba que le permitiría sentar cabeza. Pero pronto se dio cuenta de que un
aspirante a poeta y marinero no tenía calificación alguna para conseguir
trabajo. Aun así, en el Continental conoció a un ingeniero californiano,
Frederick Hettman, que estaba de paso en la ciudad rumbo a Córdoba. Hettman
quedó impresionado con O’Neill, más por su filiación con el famoso actor que
por méritos propios del joven viajero. Y se ofreció a presentarlo en las
oficinas de la recién inaugurada sucursal porteña de la Westinghouse Electric
Company, donde O’Neill fue contratado como dibujante (falsedad que rápidamente
tuvo que confesar al hacerse evidente que no sabía trazar una línea). Así y
todo le dieron un puesto calcando planos, ocupación que logró conservar durante
seis semanas.
Cuando renunció, debió irse también del Hotel Continental por no poder
pagarlo y terminó instalándose en una pensión de marineros en el Bajo. Poco
después consiguió empleo en el galpón de lanas en Dock Sud de la Swift Meat
Packing Company. Pero el depósito se incendió al poco tiempo, ahorrándole a
O’Neill el trabajo de renunciar a su puesto. Su pequeño sueldo se consumía en
los boliches y burdeles de Paseo Colón. Su preferido era una pocilga llamada
Sailor’s Opera, cerca de Parque Lezama. La biografía de los Gelb registra el
recuerdo afectuoso que O’Neill retuvo de ese lugar: “Era un loquero, pero
siempre había algún programa para los habitués. Todo el que se hallaba en el
salón aportaba alguna actuación... Algún viejo lobo de mar contaba un cuento, otro
bailaba... Había acaloradas discusiones entre marineros yanquis y europeos
acerca de la calidad de sus barcos. Y si alguna noche no prometía otro
entretenimiento, siempre se podía iniciar una buena pelea para pasar el rato”.
Los bajos fondos de Buenos Aires hacían que los andurriales de Nueva
York parecieran una fiesta parroquial, según O’Neill. “Marineros borrachos,
burreros empedernidos, funcionarios desclasados del servicio diplomático,
mujeres que ofrecían y homosexuales que pedían, además de esos jovenzuelos que
entregaban por las mesas tarjetas rosadas y amarillas que ofrecían paraísos en
rojo... Y siempre, como ruido de fondo, alguna melodía producida a martillazos
por un pianista, el único sobrio.” Otro de los destinos predilectos de O’Neill
eran las salas de cine pornográfico en Barracas. Sus amigos en Nueva York se
sorprenderían por el florido relato del joven bien educado que jamás
pronunciaba una palabrota. “Esos cines no dejaban nada librado a la
imaginación. Toda forma de perversidad se exhibía en la pantalla y a los
marineros les deleitaba. Pero, salvo las excepciones de siempre, no eran
hombres violentos. Por lo general eran honestos, corajudos sin heroísmo, y sólo
trataban de pasar un buen rato entre borrachera y borrachera.” En el Sailor’s
Opera de Paseo Colón, O’Neill se hizo de un amigo, un joven inglés que pasaría
a ser el personaje Smitty en tres futuras obras de teatro. En Rumbo a Cardiff
(1914), La luna del Caribe (1917) e In the Zone (1917), Smitty es un marinero
en cambiantes etapas de miseria emocional. En la realidad, era un joven de 25
años, hijo de un noble inglés con una educación de primera, pero su alcoholismo
había terminado con su noviazgo con una chica inglesa de buena familia. “Era
casi demasiado bello, como la descripción de Dorian Gray que hace Oscar Wilde.
Bebía para consolarse. Y, entre borracheras, bebía para recuperarse”,
recordaría O’Neill, que para entonces, ya en las vísperas de su cumpleaños
número 22, también vivía borracho constantemente. Con lo que les quedaba de
dinero a ambos, decidieron compartir una pieza en otra pensión del Bajo. A
pesar del estado calamitoso en que se hallaba, O’Neill encontró otro trabajo, a
dos dólares por día, en la Singer Sewing Machine Company, que para entonces
fabricaba 575 modelos de máquinas (aunque, según el propio O’Neill, jamás
aprendió a identificar más de diez y por esa razón fue despedido al poco
tiempo, cosa que lo hizo sentir como “un colegial fugado y sin lugar adonde
ir”).
Con los bolsillos vacíos y ninguna esperanza laboral en el horizonte,
dormía al reparo de algún depósito en las dársenas. Las dos semanas que trabajó
como estibador en el vapor alemán Timandra serían tan vívidas que la
embarcación ingresaría en su obra El largo regreso a casa (1917). De esa período final en Buenos Aires, O’Neill
luego diría que “no había banco de plaza en toda la ciudad sobre el que no
durmiera alguna vez”. Aparte del hambre continuo y la necesidad de hallar
dinero suficiente para bebida, O’Neill también estaba en fuga constante de los
“sádicos vigilantes” que buscaban extorsionar a marineros sin papeles. La fuga constante lo llevó a improvisar
diversos escondrijos en el puerto, durmiendo bajo cobertizos de chapas,
colchones y frazadas sacadas de la basura.
Allí encontró el apoyo y la solidaridad de marineros anarquistas, cuyo
discurso repetía sólo para lograr compartir su comida. Compartió un techo de chapa con una
adolescente flaca y hambrienta (de la que el libro de los Gelb no consigna más información)
y su principal fuente de alimento pasó a ser la cantina de los barcos, desde
donde un tripulante tiraba restos a los hambrientos en tierra. Los personajes
más autodestructivos de Extraño interludio (1927) y A Electra le sienta bien el
luto (1931) se basan, según los Gelb, en personas conocidas por O’Neill en esos
tiempos en Buenos Aires.
De hecho, el futuro Premio Nobel recordaba aquellos meses como un
descenso al infierno. En un momento hasta consideró participar de un asalto a
una agencia de cambio, pero se disuadió a sí mismo reconociendo que no tenía el
coraje. Un cronista del Buenos Aires Herald, Charles Ashleigh, que también
escribía poesía, recordaría luego que halló a O’Neill insoportablemente
morboso, “excepto cuando hablaba de Joseph Conrad o de la poesía de John
Keats”. El ingeniero Hettman quedó tan
impresionado por el derrumbe de su joven amigo que fue hasta una pensión donde
O’Neill era conocido y pagó varios meses de alquiler por adelantado. Pero cuando Hettman volvió poco después de
Córdoba, su compatriota ya no estaba.
Ante el desolado panorama de la vida en tierra, O’Neill había decidido
embarcarse nuevamente. Años después, en apuntes autobiográficos, recordaría
haberse sumado a la tripulación de un vapor que llevaba ganado y mulas a
Durban. Pero, al llegar a Sudáfrica, las
autoridades coloniales británicas no lo dejaron bajar a tierra porque no reunía
los cien dólares necesarios para ingresar al país.
De regreso en Buenos Aires, O’Neill reconoció que era hora de retornar
a casa. Cargaba en su cuerpo con un comienzo de tuberculosis que le llevaría
varios años superar. Dejó la ciudad en el vapor Ikala, un carguero construido
en Glasgow sin más rumbo que el destino incierto de sus cargas. La nave había
arribado el 22 de febrero a Buenos Aires, donde la representaba la agencia J.R.
Williams. El 21 de marzo de 1911, a nueve meses de su partida de Boston,
O’Neill subió por la planchada del Ikala, y se sumó a la tripulación de treinta
ingleses y escandinavos. El sueldo de tripulante era de 27,50 dólares por mes.
Semblanzas de ese viaje aparecerían en cuatro de sus futuras obras,
entre 1913 y 1917. El Ikala llegó a Nueva York el 15 de abril. Allí, O’Neill se
reunió con sus padres, contratados para actuar en un teatro local. Su primer
objetivo fue emborracharse, y con un grupo de sus compañeros de cubierta se
dirigió a un boliche infernal conocido como Jimmy The Priest, demolido en 1966
para dar lugar al World Trade Center. Los parroquianos perennes del bar, que se
autotitulaba “hotel” por alquilar habitaciones por hora en el primer piso,
tendrían un lugar prominente en futuras obras. Al joven viajero le costó
reinstalarse con sus padres, cuya agitada vida en las tablas decidió que jamás
seguiría. Al hijo que había dejado recién nacido en esa ciudad lo vería por
primera vez diez largos años después. El 22 de julio de 1911, O’Neill volvió a
embarcarse, en el carguero New York, esta vez rumbo al país de sus padres,
Irlanda. De ahí pasó a Liverpool y Southampton. Fue su último viaje como
tripulante. El 26 de agosto de 1911 la nave atracó en el puerto de Nueva York.
La paga que recibió O’Neill luego de los descuentos (léase gastos de bar) fue
de 14,84 dólares. En 1913 empezaría a cambiar su suerte, con la publicación de
tres obras en un acto (A Wife for A Life, The Web y Thirst, la primera basada
en su enamoramiento de la esposa de un conocido). Pero sus personajes más
potentes, entre ellos muchos que había conocido en Buenos Aires, aún deberían
esperar unos años para verse inmortalizados en el escenario.
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